05/08/2025
La Emisaria abrió los ojos, sobresaltada, y recordó al instante dónde se encontraba. A su lado, su compañera de habitación hojeaba una revista. Volvió a cerrar los ojos, deseando acabar con su cometido. Nunca antes había fracasado, no permitiría que aquella fuese la primera vez.
Le dolía todo el cuerpo, pero el dolor era algo que le hacía más fuerte. No en vano eso era lo que reclamaba su Señor, y él recompensaba su sufrimiento y sus servicios con grandes dones. Al levantarse de la cama, se le escapó un gruñido que llamó la atención de su compañera.
Con una mueca de desprecio, la Emisaria sacó la aguja que tenía clavada en el brazo y un hilo de sangre brotó de la pequeña herida. Luego desenganchó el resto de artilugios que tenía conectados al cuerpo y un monitor que había a su lado dibujó una línea plana de color verde.
—¿Qué se supone que estás haciendo? —preguntó su compañera de habitación, alterada por lo que estaba viendo—. Tienes el cuerpo entero destrozado. ¡No deberías poder moverte!
Sí, eso había sido cierto. Pero solo hasta el día anterior. El accidente le provocó casi una veintena de fracturas por todo el cuerpo, además de graves lesiones en algunos órganos internos. Sin embargo, el poder de su Señor había acelerado la curación. Todavía no se podía decir que estuviera sana, pero Sittegg no toleraría que su regalo se desperdiciara descansando en una cómoda cama de hospital. SEGUIR LEYENDO